Las crisis generan impactos: en la economía, la sociedad, la política, el medioambiente... al mismo tiempo se ha dicho que las crisis se presentan como una ventana de oportunidad para el futuro. Pero ¿son las crisis una oportunidad, o la oportunidad queda limitada por mero oportunismo?
Las crisis son sin dudas una oportunidad para la sociedad: se puede aprender de los errores, se puede buscar estar mejor preparados a futuro. También se puede invertir en la construcción de sociedades más resilientes. La lista de oportunidades siempre tiende a ser más grande: desde mejoras en la reorganización de los sistemas urbanos para una mejor adaptación a futuros shocks, hasta estrategias que impliquen una transformación de paradigmas incluyendo nuevos enfoques para la planificación del territorio, la incorporación de soluciones basadas en la naturaleza, la movilidad sostenible, fortalecimiento de sistemas de salud e incluso una mejor articulación de actores para una gobernanza efectiva.
Pero al parecer, la historia evidencia que las crisis son también un mero oportunismo por parte de un capitalismo galopante y una política corrupta enmascarada en democracias progresistas. Naomi Klein habla del capitalismo de desastres, ejemplificando con aquello que pasó en Nueva Orleans (Estados Unidos) y los procesos engañosos de reconstrucción que se limitaron a terminar la labor del desastre original (Huracán Katrina), tirando abajo los restos de las obras, las comunidades y edificios públicos que hubieran sido reemplazados con algo mejor. También se puede pensar a lo que sucedió con el terremoto en L’Aquila y su proceso de reconstrucción de más de una década y que sigue siendo un completo fracaso. Luego de haber evacuado las comunidades a asentamientos temporarios en la periferia, la reconstrucción del centro histórico parece no tener fin, mientras que los asentamientos temporales, programados para durar más de treinta años, comienzan a mostrar sus falencias y la población está buscando nuevamente un destino.
¿Qué es lo que sucede? Si pensamos a estos dos casos – salvando la distancia temporal con la actualidad, ya que los situamos en 2005 y 2009, respectivamente – estamos ante dos desastres ocurridos en democracias de países desarrollados que cuentan con grandes sistemas de atención a desastres (desde el FEMA hasta los mecanismos de Protección Civil en Italia, apoyados por los mecanismos de coordinación de la Unión Europea). No pareciera ser una cuestión de fondos, ni se trata de falta de expertos en el tema. Algunos apuntarán a la necesidad de mayores controles, pero incluso con controles, los procesos son un fiasco. ¿Hace falta ser más claros sobre qué es lo que pasa? En los países “en vías de desarrollo” se le llama corrupción, pero es que pareciera que hablar de corrupción en economías avanzadas es políticamente incorrecto. Pero existe. Tal es el caso de la comisión para la reconstrucción en L’Aquila y tantas redes vinculadas al proceso que han sido procesadas por corrupción, así como el alcalde de Nueva Orleans, también indagado en un trama de corrupción vinculado al post-desastre.
El oportunismo no parte solo desde el manejo de grandes fondos disponibles para una reconstrucción – que apenas si busca pensarse en términos de “reparar los daños” sin siquiera analizar el abanico de oportunidades que toda crisis plantea para crear resiliencia y sostenibilidad. También se orienta – como lo planteaba en mi artículo anterior – al abuso de los márgenes legales que otorgan las leyes de “emergencia” en la cual la libertad de hacer y deshacer por fuera de convenciones establecidas es mucho mayor. Esto es muy recurrente en los procesos de planificación urbana.
Sin embargo, si miramos a la historia de la planificación urbana, las crisis vinculadas con la salud – desde epidemias hasta la creciente falta de higiene urbana – son disparadores de cambios en el modo de reorganizar el croquis urbano.
Pienso por ejemplo a las reestructuraciones que diseñó Bausmann en Paris tras la revolución industrial (s. XVIII). Se puede pensar a la reorganización de Buenos Aires luego de la crisis desatada con los procesos migratorios de fines del siglo XIX e inicios del XX, que llevaron a muchos migrantes a vivir en condiciones de hacinamiento en los conventillos de zona sur, enfrentando también la expansión de la fiebre amarilla y el cólera. Sin dejar de mencionar las recientes propuestas de reorganización del espacio urbano – y distintas funciones de vida de la ciudad – a consecuencia de la pandemia de COVID-19. Si bien en estos casos existió un matiz de oportunismo (por ejemplo, con los usos poco eficientes a nivel nacional y regional de los fondos del Plan de recuperación, transformación y resiliencia post-pandemia erogados por la Unión Europea), las crisis tuvieron un impacto clave en la transformación y la mejora de los sistemas urbanos. ¿Se alcanzaron niveles deseados de sostenibilidad en el proceso? ¿Se ha buscado crear resiliencia? Preguntas que solo la historia podrá evaluar.
Las oportunidades nacen donde se piensa con y para la sociedad, donde se piensan escenarios que crean alternativas. Un pensamiento unidireccional, en donde las crisis se repiten y donde reina el libertinaje político-económico, no nos llevan a ningún lado. Necesitamos pensar ampliamente y encontrar soluciones que sean capaces de crear mayor capacidad ante distintos escenarios.
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