Ya no es novedoso decir que vivimos en un mundo complejo, simplemente cambiamos aquel discurso de la globalización y la interdependencia para abordar la complejidad de la realidad. Tampoco es novedoso decir que vivimos en un mundo en crisis: conflictos, pandemias, explosión financiera, múltiples desastres, irrumpen en esta compleja realidad uno detrás del otro, sin dar tiempo a recuperarse y mejorar.
En este contexto, también se multiplican los desafíos, lo que tampoco representa una novedad, pues cuando cambia el contexto, se visibilizan las vulnerabilidades del sistema y emergen nuevas cuestiones a tratar. Tampoco es novedosa la imperiosa necesidad de repensar alternativas para estos desafíos. Así ha funcionado el mundo a lo largo de la historia, solo que ahora hemos cambiado la velocidad en que todo esto acontece.
Crisis y excepción
El sociólogo alemán Claus Offe sostiene que los sistemas ingobernables se hacen cada vez más ingobernables. Ante el instinto de supervivencia del Estado, una forma de mitigar la potencial ingobernabilidad del sistema social ha sido la excepción. Una crisis, en cualquier forma que adopte y de cualquier naturaleza, pone en jaque al mismísimo Estado y la gobernabilidad.
Giorgio Agamben teoriza en profundidad sobre la excepción y sostiene que la suspensión del derecho como práctica connatural al estado de excepción aparece paradójicamente como una forma necesaria para su propia preservación. Así, el estado de excepción es usado como mecanismo de protección del Estado – y del Estado de Derecho – que se define por una llamado a la acción. Mientras que en la definición podríamos acordar que es un instrumento de política que permite tomar decisiones en contextos de crisis, la realidad nos ha demostrado que su uso dista de la teoría.
En la práctica, ante situaciones de crisis – caracterizadas por un alto nivel de incertidumbre – los gobiernos atinan a declarar el “estado de emergencia” y comienzan a gobernar en la excepción. El estado de emergencia es una deseable condición de poder, pues la emergencia pone en suspensión ciertas reglas de juego, la organización “normal” de la vida social vuela por los aires, y se presta la ocasión para maniobrar con mayor libertad en la toma de decisiones. Ante una realidad de crisis constantes, la excepción se vuelve una regla, se normaliza y forma parte de una “transición permanente”.
La aplicación del estado de excepción tiene también un impacto en el ámbito social. En tiempos de crisis, la excepción no es vista sólo como una referencia a la autoridad y al orden jurídico sino también en su relación con las personas. La reglamentación de la vida social, que en tiempos “normales” se rige por las dinámicas de la representación y la participación ciudadana, pasan a las manos de un poder único que tomará decisiones en nombre de la “emergencia.” En su libro de 'la doctrina del shock', Naomi Klein pone en evidencia este concepto y cita la fórmula de la terapia de shock: "[tiene] mayor importancia actuar con rapidez, para imponer los cambios rápida e irreversiblemente, antes de que la sociedad afectada volviera a instalarse en la tiranía del status quo." Actualmente se habla de una construcción de un futuro compartido, de mayor inclusión, una democracia fortalecida y mayor resiliencia... pero ante múltiples crisis e interminables períodos de emergencia, ¿qué rol juega la excepción?
Excepción y construcción del futuro
Las soluciones que se proponen para afrontar una realidad compleja y de múltiples crisis incluyen robustas alianzas entre distintos actores, más compromiso en cuestiones sociales y ambientales, políticas basadas en evidencia y particularmente, un enfoque de resiliencia. Sin embargo, la normalización de la excepción en situaciones de crisis mina la efectividad del enfoque de resiliencia.
El estado de excepción se sitúa en la fase de reacción a las crisis: la existencia y aplicabilidad del estado de excepción es legítimo, sobre todo para la fase de absorción del shock. Sin embargo, la resiliencia no sólo propone la capacidad del sistema social de absorber el impacto de un shock, sino de la capacidad de adaptarse y transformase en vistas a la construcción de un futuro mejor. Es un concepto que debe ser acompañado de un eficiente sistema de gobernanza, democrático e inclusivo.
La emergencia es utilizada para establecer medidas a corto-plazo, muchas veces sesgadas en intereses político-económicos preexistentes a la crisis y que distan del bien común y sustentable. El abuso y las constates prácticas de “extensión” o “prolongación” del estado de emergencia como excepción dejan de lado la mirada de largo plazo, la búsqueda de consensos y una transformación efectiva del sistema social, dificultando así la creación de un futuro compartido.
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