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Un mundo en crisis

En las últimas décadas, el mundo ha atravesado múltiples crisis, las cuales han interpelado al poder político y económico, evidenciando vulnerabilidades y fallas en los modelos de desarrollo vigentes y, reconfigurado el sistema de alianzas a nivel regional y mundial. En un mundo globalizado, nadie está exento del impacto de una crisis; es por ello que las salidas de las crisis requieren de un compromiso colectivo en la búsqueda de soluciones. Se trata de escenarios que demandan un alto grado de articulación entre los distintos actores sobre estrategias concretas de acción y que necesitan de alternativas sociopolíticas a largo plazo.


El mundo en crisis: un punto de inflexión

Luego de la caída del muro de Berlín, el mundo ha atravesado múltiples crisis de distinto carácter: un jaque al imperio político-económico de Estados Unidos con el ataque del 11-S en 2001 y la emergencia del multilateralismo en la geopolítica mundial; las crisis financieras en 2008-2009, acompañadas por inestabilidad económica sostenida en distintas regiones del mundo, sumado a las crecientes deudas externas de países en vías de desarrollo; guerras civiles y crisis humanitarias en cada continente así como oleadas migratorias producto de las mismas; el incremento cada vez más pronunciado de desastres a lo largo y ancho del planeta (como el tsunami del sudeste asiático en 2004, el huracán Katrina en 2005, el devastante terremoto en Haití en 2010, sin contar el sinnúmero de eventos que ocurren frecuentemente en distintas regiones del mundo); el reciente conflicto armado en Ucrania, así como la tan renombrada crisis del calentamiento global y el cambio climático.


En particular, la crisis del cambio climático – caracterizada por su avance exponencial en los últimos años – es producto de un (fallido) modelo de progreso que pareciera haber olvidado la teoría malthusiana de crecimiento exponencial de la población, que priorizó la producción de bienestar basado en un hipotético enfoque (neo) liberal que provocaría derrame de riquezas a todas las clases sociales, que olvidó de pensar que el mundo tiene recursos limitados. Básicamente, un modelo que hasta 1987 no pensó en el desarrollo en clave sostenible. Tal vez fue muy tarde.

En términos económicos se promovieron modelos de producción a escala, la globalización permitió la exportación de la producción a países en donde la mano de obra es más barata, los costos se achicaban para todos, los precios se mantenían relativamente estables, mientras que las ganancias se multiplicaban para un pequeño sector de la población. Asimismo, en muchas ocasiones las grandes corporaciones aplicaron modelos de innovación en términos de competitividad basados en la búsqueda de países con marcos regulatorios ambientales laxos para poder disminuir costos de producción e incrementar los ingresos a costa de la población que puede verse a veces beneficiada, pero también afectada por los procesos de desarrollo industrial.

La reconfiguración económica supuso cambios en las formas de diseñar las ciudades, los centros urbanos se densificaron y la forma de uso del espacio público no necesariamente pensó a la calidad de vida de la población. La (ineficiente y escasa) planificación territorial mostró una mayor presión sobre el medio ambiente: la gestión integral de residuos urbanos lleva décadas de retraso en su implementación, las edificaciones, los transportes, así como las industrias locales han incrementado la producción de dióxido de carbono y la reducción de espacios verdes a nivel mundial ha limitado la capacidad natural de absorción de CO2. Casualmente, el hecho de que muchos países hayan comenzado a aplicar medidas de recuperación verde es una evidencia más que las cosas no estarían funcionando.

Vemos entonces la interconexión desde la economía, a la planificación urbana y finalmente a los hábitos de la población. Estas relaciones se entrelazan y complejizan aún más cuando comprendemos que durante muchos años las llamadas democracias representativas no daban necesariamente voz ni participación a la población, entrando en una crisis de representatividad que resultó en mayor presión social sobre el poder político.

El hecho de que algunos países sigan sin reconocer el cambio climático como prioridad, que las corporaciones no adopten estrategias verdes de producción, o que la población no adapte el consumo a un modo ambientalmente responsable, todo ello continuará generando costos en otros países, en otras regiones, y sin dudas a escala global. Como contracara, estas crisis han enfatizado el poder de la sociedad como actor clave de cambio. El cambio climático, así como otras crisis, se presentan como un punto de inflexión y como una oportunidad para cambiar desde abajo.


Un enfoque alternativo

Cada Estado en el mundo es propenso a sufrir crisis, pero estas crisis superan las fronteras y exceden las capacidades que el Estado en sí mismo tiene para darles un curso de acción. Son situaciones globales, con efectos en todos los sectores de la población a distintos niveles: regionales, nacionales, locales. Son crisis que presentan un alto grado de incertidumbre y que requieren de repensar alternativas posibles. En consecuencia, resulta necesario adoptar una mirada prospectiva de bases mínimas y con orientación de políticas a largo plazo. Tres enfoques nos permiten pensar en estrategias concretas de acción para abordar las crisis como sociedad: la gobernanza, la sostenibilidad y la resiliencia.

La gobernanza es una alternativa al esquema de gobierno de la sociedad actual y que incorpora al conjunto de la sociedad en la toma de decisiones y en la actuación para afrontar los retos socioambientales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y otras problemáticas que normalmente se encontraban bajo la órbita de los gobiernos. Un aspecto relevante de este enfoque es la idea del trabajo común y coordinado entre el gobierno, el mercado y la sociedad, en la cual los actores extra-gubernamentales afrontan eventos críticos en un modo más horizontal, interactivo y asociativo.

Por su parte, la importancia de la perspectiva del desarrollo sostenible como complemento al enfoque de gobernanza radica en la variable temporal. La interdependencia de los actores y la colaboración multinivel y multisectorial como estrategia de gobierno no garantiza por sí misma sostenibilidad en el proceso. El desarrollo sostenible es definido en el Informe Brundtland (1987) como la capacidad de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras. Es un concepto orientado principalmente al futuro, pero que no debe tener una mirada anclada sólo en el medio ambiente, o limitada a cuestiones económicas o sociales, sino que debe haber un entendimiento multidimensional, integrador y sistémico.

Adicionalmente, el concepto de resiliencia se propone como un tercer pilar básico para afrontar las crisis, ya que concentra sus esfuerzos en la capacidad de la sociedad de adaptarse a los cambios buscando un avance en las definiciones de desarrollos definidas a nivel local, regional o internacional. Se eefiere al grado en el que un sistema social es capaz de organizarse para incrementar su capacidad de aprender de eventos pasados para protegerse mejor en el futuro y mejorar las medidas de anticipación y mitigación de crisis. En otras palabras, la resiliencia es la capacidad de hacer frente al cambio continuando el camino del desarrollo, a través de la resistencia al shock y los disturbios, el uso de ciertos eventos para catalizar la innovación, y a través del aprendizaje en la diversidad social.

No obstante, a menudo la gente olvida. El cambio de generaciones no necesariamente va acompañado de procesos de reproducción de una memoria histórica sobre los procesos de desarrollo, sobre las estrategias económicas o sobre las políticas de diseño urbano. Es por ello la necesidad de añadir la cooperación como un elemento que debe absolutamente ir más allá de la esfera política y comenzar a atravesar los distintos niveles sociales, los distintos sectores que componen la sociedad. Cuando la cooperación aborda una mirada participativa, de ciudadanos que se involucran en los procesos, las decisiones adquieren mayor legitimidad y se crea una mayor conciencia de los problemas a los cuales se busca dar solución. Si la sociedad no toma conciencia de los problemas que atravesamos, si no se generan habilidades y competencias técnicas para superar la crisis, si no se promueve una mayor concientización a nivel ciudadano, entonces el pacto verde arriesga de ser etiquetado como un pacto de las clases políticas, carente de legitimidad.


Aprendizajes a futuro

Las recientes crisis evidenciaron fallas sustanciales en los modelos lineares (y en cierta medida desmedidos) de desarrollo que se idearon décadas atrás. Han asimismo reconfigurado el mapa geopolítico mundial, y han visibilizado la emergencia de nuevos actores en el proceso de toma de decisiones. También nos permiten reflexionar sobre las oportunidades y los desafíos que tenemos como sociedad para prepararnos para un futuro desconocido. Los distintos actores (gobiernos, sector privado, sociedad civil, etc.) deben primordialmente habituarse a reconocer cuándo estamos frente a una posible situación de crisis y desde allí implementar acciones concretas. Estas estrategias se enmarcan en enfoques que piensan a la multiplicidad de actores y su interdependencia (enfoque de gobernanza), que piensa a la variable temporal y a las generaciones futuras (desarrollo sostenible) y la necesidad de estar preparados para posibles futuros eventos adversos, generando capacidades y siendo capaces de adaptarse (enfoque de resiliencia).

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